El uso de la palabra “ilegal ” en la academia: un enfoque sin estilo académico

Parecía que fue ayer cuando llegué a Londres, lista para comenzar el año académico en un clima que era sorprendentemente más cálido de lo que esperaba. Yo estaba ansiosa por desarrollar la capacidad de explorar un tema tan personal para mí desde un perspectivo informado e inteligente sobre el fenómeno migratorio. Quería aprender sobre los hechos, las teorías filosóficas y los marcos jurídicos para poder sostener una conversación en el tema de una manera más profunda.

Estaba cansada de la retórica generalizada que influye los debates públicos, sobre todo los que hemos visto en la política de inmigración en los Estados Unidos y el Reino Unido. Yo había compartido mi historia personal de deportación hace mas de un año con la esperanza de convencer aquellos que la llegaran a leer para transformar la manera que suele ser percibidas las narrativas de los inmigrantes que carecen de un estatus legal –la  que llega a tacharlos como unos ilegales que merecen ser expulsado de un país o que los considera unos traidores por abandonar su país nativo. Sin embargo, las notas periodísticas que publicaban mi narrativa personal fueron bombardeadas con cientos de comentarios como los siguientes que de alguna forma u otra, nos criminalizan:

‘… La mayoría de la gente aquí en los EE.UU. los ven ‘como un problema’ y los ‘estigmatiza’. Tú eres el inmigrante ilegal. Tus padres no tuvieron respeto por nuestras leyes y fronteras y por ello son resentidos aquí’  (traducido del inglés ) – lector UT San Diego (15 de septiembre de 2013)

‘… Aunque el factor [humanístico] nunca muere, el factor de ‘connacionalismo’ nos [debería] valer madres de los que ya decidieron huir de nuestro [país] y deciden creer que [están] fuera de las leyes de aquel [otro] [país] del que los deportan… por romper la ley…’ – Frontera (6 de septiembre de 2013)

‘… Tal como tu y tu familia, recibieron lo que se merecen. ¿Tu familia no sabía que esto podría suceder cuando tus padres voluntariamente violaron la ley al sobrepasar del plazo de su visa, o cruzar la frontera ilegalmente? Sus padres no sabían que tal vez algún día tuviera que volver a México, ya que se condenan a una vida en las sombras y te arrastraron con ellos a cometer un acto ilegal?…’ (traducido del ingles) – lector de Colorlines (14 de agosto de 2013)

‘La razón por la cual estas personas fueron deportadas fue porque han cometido crímenes. Ellos no fueron recogidos de las calles y deportados porque estaban aquí ilegalmente. En la actualidad, los ilegales sólo pueden ser deportados de nuestras cárceles si han cometido tres crímenes.’ (traducido del inglés)  – lector de New York Times (8 de mayo de 2013)

‘¿Está loco Estados Unidos……? ? ? ? ? ? ? ? ? Paren esta tontería y por favor [llamenlos] ilegales, no indocumentados. Rompieron la ley y no deben ser recompensados ​​. Hay un montón de personas esperando su turno en fila legalmente que merece el derecho de venir a los EE.UU.’  (traducido del inglés) – lector de New York Times (8 de mayo de 2013)

‘ … Hablando como un liberal progresista estos deportados tienen que quedar fuera, sin ninguna segunda oportunidad. Hay demasiadas personas en otras partes del mundo que han estado esperando años por una green card. Ellos deben tener prioridad sobre un ilegal deportado.’ (traducido del inglés) – lector de New York Times  (8 de mayo de 2013)

‘Mi simpatía se limita por el hecho de que estas personas fueron deportadas por estar en el país ilegalmente. Deben formarse en línea con las millones de personas que están esperando, siguiendo el camino legal.’  (traducido del inglés) – Lector de HuffingtonPost ( 24 de abril de 213 )

‘Los EE.UU., si se trata de una nación soberana, elige a quien le permite entrar, cuándo y a cuántos. Los inmigrantes ilegales no pueden decidir estas cosas, aunque esa es la forma en que parece haber estado funcionando desde los años setenta.’ (traducido del inglés) – lector de AlterNet (9 de septiembre de 2012)

Empecé a acostumbrarme a las opiniones negativas, incluso anticipando los comentarios expresados ​​por la mayoría de las personas que rara vez participan en un diálogo abierto acerca de cómo alguien como yo pudiera encontrarse en circunstancias de “ilegalidad”. Muchas veces, el otro lado de la historia se queda en la oscuridad, el que consiste de sistemas, incluidos los marcos económicos, sociales y políticos que también crean situaciones de “ilegalidad” para millones de personas. ¿A caso no hay espacio para un análisis crítico que cuestione si tales leyes encarnan los principios de justicia y dignidad que han sido considerados como la base en la mayoría de las democracias liberales? Esto es lo que esperaba que fuera abordado en el ámbito académico –un cambio en la forma en que se habla sobre los inmigrantes.

Sorprendentemente, la academia no es inmune a los prejuicios de los que carecen de una comprensión a fondo sobre tema. Especialmente aquí en Londres, a menudo escucho un profesor en una clase o un investigador en una conferencia pública utilizando la palabra ilegal. Al completar las lecturas que me asignan en mis cursos, descubro que la etiqueta que se utiliza de manera común por los académicos para describir la experiencia y las condiciones de los inmigrantes indocumentados es ilegal. Me parece bastante extraño presenciar el uso de este término, sobre todo cuando el objetivo de estos diálogos “con estilo académico” es humanizar la experiencia de las comunidades de migrantes.

A pesar del debate polarizado sobre la inmigración en los Estados Unidos, me siento agradecida por grupos pro-migrantes que piden un cambio en como se habla del migrante al lanzar campañas como “Drop the I- word”. Su éxito ha alcanzado resultados tangibles con las publicaciones de los medios como Associated Press que dejo de usar el término peyorativo de inmigrante ilegal, reconociendo su falta de objetividad. Este año, la campaña también llegó a la arena académica, incluyendo el campus de UCLA y la Universidad de California en Berkeley, cuando sus gobiernos estudiantiles aprobaron una resolución para prohibir el uso del término que declararon es ‘racialmente despectivo, ofensivo e injusto’. ¿A qué medida adoptarán esta posición la academia? ¿O será que se opondrá a tales esfuerzos viéndolos como demasiado liberales?

El Centro de Inmigración de la Universidad Ryerson (The Ryerson University’s Centre for Immigration and Settlement) publicó recientemente un informe que también exige el uso responsable del lenguaje para describir la experiencia de los migrantes indocumentados. El informe aboga por la adopción de un nuevo término que brinda un debate más equilibrado: ‘inmigrante ilegalizado’. El mérito del argumento es que identifica el poder de palabra, en la forma en que se utiliza como herramienta para provocar respuestas emocionales en las personas, que se refleja en el comportamiento de las comunidades y las instituciones que interactúan con migrantes. La posición de estos estudios sobre el uso del término “ilegal” para describir un grupo de personas es que es deshumanizante y que resulta en entornos hostiles hacia los migrantes. También hay un reconocimiento del proceso de “ilegalización” causado por factores como las políticas de inmigración restrictivas que determinan el estatus legal del migrante. Siendo alguien que vivió la mayor parte de su vida sin documentación, estoy de acuerdo con esta posición.

En un mundo que ha presenciado cambios constantes en sus líneas fronterizas y que continuará experimentando un aumento inevitable en la movilidad humana, son sólo las personas sin criterio analítico que recurren a utilizar el término ilegal. Para aquellos que deseen investigar y tener un acercamiento a las experiencias de los inmigrantes en un contexto de derechos humanos, se convierte en nuestra responsabilidad utilizar terminología que sea sensible a las comunidades que estamos estudiando. El uso del lenguaje que culpa a los migrantes de su situación legal no debería de tener ningún lugar en el vocabulario académico. Incluso al nivel internacional, se afirma este principio en los instrumentos jurídicos de derechos humanos procedentes de órganos internacionales como las Naciones Unidas, los cuales se refieren a los migrantes que carecen de un estatus legal como ‘irregulares’, NO ‘ilegales’. Si queremos cambiar la conversación en torno a la migración, el cambio comienza desde nuestras conversaciones cotidianas con los demás, en el trabajo académico que publicamos, y también en los comentarios que dejamos al final de un artículo.

Haga clic aquí para más información sobre el “Drop the I- Word” campaña:

Algunas organizaciones en el Reino Unido y Europa participan en esfuerzos similares:

No One Is Illegal (Nadie es ilegal) – Reino Unido

No One Is Illegal Network (Nadie es ilegal) – Suecia

Originalmente Publicado en Latina Lista el 10 de diciembre 2013 ( inglés)

Recomiendo leer la siguiente nota de la periodista Eileen Truax en su columna De aquí y de allá en Cuadernos Doble Raya titulada ¿Puede un ser humano ser ilegal?

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Una dreamer en Londres

En una conversación con Julio Godinez hablamos acerca de esa ‘travesía’ que comienza en la frontera de Tijuana hace más de 20 años con la decisión de mis padres a migrar a Estados Unidos y que ahora me lleva al otro lado del Atlántico a estudiar migración global en Londres. Nota publicada en la edición de febrero en la revista Gente y La Actualidad.

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In an in-depth interview with Julio Godinez I shared about that ‘journey’ that started at the Tijuana border more than 20 years ago with my parents’ decision to migrate to the United States which has currently led me to the other side of the Atlantic ocean to study Global Migration. Article included in February edition of the publication Gente y La Actualidad (Spanish)

Gente y Actualidades
Gente y La Actualidad (edición de febrero 2014)

Por Julio I. Godínez 

A Nancy le gustan las estaciones de tren. Como si se encontrara al interior de la Torre de Babel, la chica observa maravillada a los pasajeros que cruzan a toda velocidad, a las parejas que se despiden con un beso, a los abuelos que tratan de descifrar el moderno tablero electrónico que anuncia las siguientes corridas, a los sin techo que se han refugiado del frío y la lluvia de Londres al interior de la terminal. A Nancy le gustan las estaciones de tren porque es el punto de partida para ir a otros lugares, algo que ella no pudo hacer durante dos tercios de su vida.

En 2009, cuando la mexicana vivía en Los Ángeles y tenía un trabajo que le gustaba y que era suficientemente remunerado, no imaginaba que cuatro años más tarde estaría del otro lado del Atlántico un sábado cualquiera mirando este mar multicultural del vestíbulo de la terminal de Euston (la primera estación de tren construida en el centro de Londres en 1837) y dedicando su tiempo a analizar el fenómeno de las migraciones humanas en la segunda mejor universidad del Reino Unido y la cuarta a nivel global.

La chica de 33 años, mirada serena, piel morena, ojos y cabello negrísimo pertenece a una generación de mexicanas y mexicanos nacidos a finales de los setenta y a principios de los ochenta que han padecido los estragos de las crisis económicas y sociales durante toda su vida. Con apenas nueve años, Nancy –como otros miles de niños– fue llevada por sus padres a Estados Unidos (EU) arrastrada por la difícil situación económica que vivía nuestro país.

No obstante, luego de 20 años de residencia y de construir su identidad del otro lado de la frontera, un día de septiembre de 2009 fue deportada a México, un país que para entonces desconocía por completo. En la ciudad de Tijuana, donde curiosamente comenzó su trajín, se vio sin más que unos cuantos dólares y lo que traía puesto encima, justo como les ha sucedido a más de un millón y medio de jóvenes hoy conocidos como ‘los dreamers’ (los soñadores).

Carrera en el desierto

“Cuando te diga que corras tienes que correr lo más rápido que puedas”, le dijo ‘el coyote’ a la pequeña Nancy en la oscuridad del desierto, justo donde termina México y comienza EU, la noche del 21 al 22 de abril de 1990. Para ella era como una carrera de velocidad, como en las que había ganado medallas en su escuela de ciudad Nezahualcóyotl; la diferencia, pensaba, era que esta vez el premio sería estar junto a su papá.

Tan sólo unas horas antes, la niña y su hermano William, de nueve y siete años, respectivamente, habían llegado a Tijuana de la mano de su mamá, Lourdes, en un vuelo procedente de la Ciudad de México. Una vez ahí, rentaron un cuarto por unas horas hasta que un amigo de su papá, el cual tenía papeles estadounidenses, se presentó para alistarlos y saber si necesitaban algo.

Esta misma persona fue quien contactó al ‘coyote’ que llevaría a los tres miembros de la familia de un lado a otro de la frontera a cambio de 10 mil dólares. Por entonces, aquella zona aún no conocía de los dobles muros de acero que hoy se ahogan en el mar, tampoco de las cámaras y equipo militar de alta tecnología, ni mucho menos de robots voladores que vigilan actualmente de día y de noche el límite territorial de EU con México.

Unas horas más tarde, Nancy, su hermano, quien iba enfermo, y su madre se encontraron con las otras siete personas, seis de ellas hombres y sólo una mujer. Todos, como es usual en quienes se aventuran en el desierto, llevaban muy pocas cosas, apenas lo indispensable adentro de unas pequeñas mochilas y bolsas. Esa misma noche, todos juntos fueron llevados hasta el lugar donde cruzarían para territorio americano. El amigo de su papá los acompañaría.

“¡Señora, calle a ese niño!”, le ordenó el ‘coyote’ a doña Lourdes quien ya se esforzaba con todas sus fuerzas por calmar la tos del pequeño William mientras permanecían agazapados en la oscuridad de la madrugada entre la arena y los matorrales junto a los todos los otros futuros indocumentados.

“¡Ahora!”, escuchó Nancy.

Entonces la pequeña corrió con todas sus fuerzas dejando atrás en la oscuridad de esa noche de abril su niñez y todo lo que hasta entonces conocía. Sólo una imagen parecía empujarla a cada zancada que daba sobre la arena del desierto: la de estar de nuevo junto a su padre. Nancy también fue la ganadora de aquella “carrera en el desierto” en la que ella no había decidido participar por sí misma.

No obstante, la pequeña repentinamente se vio lejos del grupo de indocumentados a quienes tuvo que esperar para no extraviarse.

Juntos caminaron por algunos minutos hasta llegar a las primeras casas de San Ysidro, el primer poblado del estado de California que se ubica justo después de cruzar la frontera. Sin embargo, al cruzar por una calle se encontraron con una patrulla de la policía local que les pidió que se detuvieran. Entonces las 10 personas corrieron en diferentes direcciones. Nancy, su hermano, su mamá y el amigo de su papá se refugiaron en una casa hasta que los uniformados desaparecieron.

Después de otro recorrido, finalmente llegaron a un domicilio donde los migrantes tenían que esperar a ser recogidos. Tuvieron que pasar varias horas hasta que la recompensa de aquella carrera llegó por ellos a bordo de una camioneta.

Como Santa Claus

Javier Landa –como muchos migrantes aún lo hacen– volvía de Estados Unidos a su modesta casa de ciudad Nezahualcóyotl en el Estado de México cada vez que podía sólo para reafirmar que las oportunidades laborales para él eran escasas. Desde que Nancy nació y hasta 1990, año en que migraron, el esposo de Lourdes había retornado dos o tres veces por un lapso de aproximadamente un año.

Sin embargo, Javier siempre tenía la mente puesta en regresar a Los Ángeles donde trabajaba fundamentalmente en la industria de la construcción. Para ello, tenía que ahorrar para el pasaje de regreso, los regalos para la familia y para pagar un ‘coyote’ que lo cruzara nuevamente de México a Estados Unidos.

Don Javier se aparecía como Santa Claus, cuando menos se lo esperaban sus hijos.

“Ven, Nancy –le dijo una de aquellas contadas ocasiones doña Lourdes a su hija–, entra al cuarto”. Adentro de la habitación, la cual parecía desprenderse del techo de lámina que tenía en las noches de tormenta, la niña encontró sentado en la cama a su padre, a quien abrazó con fuerza y cariño, sin saber cómo comportarse ante él por la falta de convivencia.

Nancy Landa fue una niña poco social, pero muy aplicada en la escuela. Fue hasta el cuarto año cuando logró tener un grupo de amigas gracias a que comenzó a participar en carreras de atletismo y a jugar basquetbol, el deporte que más tarde se convertiría en su favorito. De ello le contaba una vez al mes a su papá cuando hablaban en casa de una tía que tenía teléfono.

En una de aquellas conversaciones, Javier Landa, a quien cada vez le alcanzaba menos el dinero para mantener su departamento en Los Ángeles y los gastos de su familia en México, anunció a su mujer que no regresaría más. Fue entonces cuando Lourdes decidió que ellos se iban para alcanzarlo.

A pesar del cariño y el respeto, la relación de Nancy con su madre nunca fue la mejor, y aquella decisión de partir tuvo un duro impacto entre ellas. La pequeña le dijo a su madre que no quería irse. A sus nueve años sintió que le estaban quitando todo lo que ella era, el mundo que se había creado, sus amigos, sus logros académicos; pensó que la arrancaban del lugar al que pertenecía para llevarla a otro que desconocía por completo. Entonces lloró, y mucho.

Lo único que le hizo sentir bien fue que estarían todos juntos.

Fuerza latina

Nancy fue inscrita casi de inmediato en una escuela de Los Ángeles a donde llegaron a vivir. Sin embargo, tuvo que adaptarse a su nueva vida como una mariposa Monarca que busca un árbol en un bosque desconocido, como un cangrejo rojo recién nacido que emerge del mar en busca de la tranquilidad de una playa virgen.

Las clases en aquella primera escuela eran completamente en inglés y no entendía una sola palabra de lo que le decían. Durante esos días tuvo que fingir que comprendía para no ser presa de las burlas de los compañeros del quinto año.

La niña pudo acceder a la educación gracias a una resolución de la Corte estadounidense conocida como ‘Plyler’, la cual establece que los menores no son responsables de su estatus migratorio debido a que su ingreso ilegal a EU fue decisión de un tercero. No obstante una vez que terminan la preparatoria, la ley no resuelve su situación migratoria ni tienen derecho a solicitar apoyos financieros para la educación superior.

Irónicamente, gracias a que el arrendatario del departamento donde vivían los Landa en Los Ángeles aclarara a los directivos de la escuela a la que asistían los pequeños que Javier había usado su nombre sin su consentimiento para inscribir a sus hijos, Nancy fue cambiada a otra primaria donde recibía educación en español. Sin embargo, esto no ayudó a que aprendiera el idioma local.

Al pasar a la secundaria, una confusión con sus papeles hizo que la mexicana fuera inscrita en una escuela donde sólo se hablaba el idioma local. Esto le trajo los mismos problemas de comunicación que había tenido al llegar; incluso llegó a pensar en dejar la escuela porque iba a escuchar únicamente una lengua que hasta entonces desconocía.

Finalmente, un día Nancy obtuvo una “F” en un examen de Historia, la peor calificación de su vida. Decidió entonces que no entraría más a clases y al día siguiente se quedó deambulando en el patio. Una maestra la vio y le preguntó qué hacía ahí, pero la chica no pudo responderle. Por fortuna, en ese momento una compañera que sabía un poco de español pudo traducirle las palabras de Nancy a la maestra y esa misma tarde le aplicaron un examen para conocer su nivel de inglés.

De ahí en adelante todo fue aprender. Mientras sus papás veían canales en español dirigidos a la comunidad latina, Nancy y su hermano devoraban series de televisión, películas y escuchaban música en inglés. Así transcurrió su vida hasta que concluyó la preparatoria y pudo obtener una beca de una organización civil en 1998 para estudiar Administración de Negocios en la California State University Northride, donde se graduó con honores hasta 2004 debido a las dificultades de su estatus migratorio.

Por esos años, los Landa tomaron una decisión equivocada: hicieron una solicitud de asilo aconsejados de mala manera por un notario sin escrúpulos, ya que a esa facultad legal sólo puede accederse bajo la condición de que la vida de la persona esté en riesgo inminente, y era claro que la familia no se encontraba en esa situación. No obstante, mientras duró el trámite, obtuvieron un permiso de trabajo temporal.

La única opción que le quedaba a Nancy y a su hermano era que se aprobara una propuesta legislativa conocida como el DREAM Act (Development, Releif and Education for Alien Minors). Esa iniciativa busca solucionar la situación de estos jóvenes bajo ciertos requisitos como haber llegado antes de los 15 años y completar dos años de educación superior o de servicio en las Fuerzas Armadas.

A pesar de no participar en las elecciones de lo que ya consideraba su país, en 2008, Nancy, como millones de jóvenes latinos, apoyó activamente la candidatura de Barack Obama por el partido demócrata. A Landa la motivaba el discurso progresista del candidato afroamericano en sus tiempos como legislador, en el que había incluido una reforma migratoria integral para todos esos jóvenes.

Ese año, Nancy formó parte de la fuerza latina que salió a la calle para convencer a la gente de que votara por Obama. Como voluntaria, también participó realizando llamadas para promover la agenda ejecutiva del actual mandatario, la cual incluía el apoyo incondicional al DREAM Act. Ella sabía que no podía votar –de hecho, nunca lo ha hecho en su vida–, pero sentía que sí podía hacer algo a favor de su comunidad y la esperanza de ver aprobada la reforma migratoria. Sin embargo, a pesar de todo el trabajo y el esfuerzo de 20 años, se vería deportada a Tijuana, en el mismo lugar donde inició aquella travesía.

Sistema injusto

Desde una camioneta sin matrícula le marcaron el alto a Nancy antes de llegar a un freeway de Los Ángeles. No eran policías comunitarios ni la Policía de Caminos, se trataba de tres agentes de inmigración que tenían varios días siguiéndole la pista. La chica, de entonces 29 años, detuvo el coche que acababa de adquirir y que aún estaba pagando. Bajó la ventanilla y le ordenaron que bajara de su vehículo, ahí le informaron que estaba detenida.

Ese martes de septiembre de 2009, unos minutos antes de que esa detención se convirtiera en un punto de inflexión en su vida, Nancy se preparó en su departamento de Long Beach, California, para salir a trabajar como cualquier otro día. Se había enfundado en una camisa, unos pantalones y zapatos negros de vestir.

Con esas mismas ropas, dos horas después de su encuentro con los agentes ingresaría a un centro de detención del centro de Los Ángeles. Desde ahí se comunicó con un amigo para que le diera aviso a su familia, pero ese mismo día un camión estaba listo para partir a Tijuana con el grupo de indocumentados. Pasaron tan sólo ocho horas de su detención al momento que Nancy cruzó la garita giratoria de metal para encontrarse en la misma ciudad desde donde arrancó aquella “carrera en el desierto” hace 20 años sin conocer a nadie, con 40 dólares en la bolsa y un teléfono celular.

Por fortuna, ese mismo día pudo recibir apoyo de algunos amigos que desde California contactaron a gente que conocían del otro lado de la frontera.

Más tarde, sin ningún tipo de apoyo de parte del gobierno de su país natal, Nancy logró hacerse de un lugar donde vivir y conseguir un trabajo en un call-center, como miles de chicos lo han hecho en ciudades como Monterrey y el DF, y establecerse en Tijuana, a donde después sus padres y hermano también serían deportados.

La historia de esta chica de piel morena y amplia sonrisa cambiaría cuando una reportera mexicana, Eileen Truax, la buscara para incluirla en su libro Dreamers. La lucha de una generación por su sueño americano*. Su participación, en uno de los capítulos del texto, serviría para que Nancy Landa se interesara en analizar a fondo el fenómeno migratorio. Luego de trabajar en otra empresa de equipo de telecomunicación en Tijuana, la joven buscó en dónde llevaría a cabo estudios del fenómeno migratorio.

De modo irónico, luego de no recibir ningún tipo de ayuda por parte del gobierno mexicano y después de un buen número de peripecias, Nancy Landa obtuvo este año una beca del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) para estudiar en Londres, donde llegó el verano pasado. Ese logro lo calificó como la primera vez que podía decidir libremente a dónde ir.

De todo esto, Nancy me contó aquel sábado entre la estación de Euston y su universidad. En aquellas charlas le pregunté si existía algún resentimiento en ella.

“Sí, a veces a mis papás por haberme llevado a un lugar que yo desconocía, a México por no tener los elementos necesarios para quedarme en mi país, a Obama y a los políticos por no dar una solución (la última vez que se votó el DREAM Act en 2010 se quedó a cinco votos de su aprobación), a Migración de Estados Unidos… Es la consecuencia de un sistema injusto, el cual, a pesar de ser buena estudiante, de ser buena ciudadana, sientes que al final no valió la pena”, mencionó.

El futuro de Nancy luce prometedor: quiere terminar sus estudios de maestría en Londres, aplicar para un trabajo en alguna organización que le permita ayudar a jóvenes como ella y, quizá, formar una familia.  

Publicado en Gente y la Actualidad, febrero 2014

* Corrección: El título del libro de Eileen Truax fue referido como Los Otros Dreamers en la nota original. La historia de Nancy también estará incluida en Los Otros Dreamers, El Libro, proyecto de Jill Anderson and Nin Solis que estará disponible en el verano del 2014. Dreamers. La lucha de una generación por su sueño americano de Truax fue publicado en Mayo 2013 por el editorial Océano.

Actualizado: 15-Marzo-2014

El Colef: Testimonio de una Dreamer

El 6 de septiembre se llevó a cabo en El Colef la conferencia “De vuelta a un mundo desonocido. Testimonio de la deportación de una dreamer” presentada por Nancy Landa, y comentada por Eileen Truax, periodista mexicana, autora del libro “Dreamers, la lucha de una generación por su suelo americano”.

La mesa fue moderada por el Dr. Rafael Alarcón, profesor y académico de El Colef, quien introdujo el tema presentando el contexto político con respecto a las modificaciones y rechazos que ha tenido la reforma migratoria en Estados Unidos, pues “la lucha de los así llamados dreamers viene de mucho tiempo”. Aclaró el investigador, “los dreamers son los jóvenes mexicanos llevados por sus padres, sin su permiso, que crecieron allá, aprendieron el idioma, y siguen siendo indocumentados”.

La Consideración de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, reconocida en 2012, “sólo está posponiendo la acción de los indocumentados”, comentó el Dr. Alarcón. Mientras que la Migration Policy Institute podría beneficiar a casi 2 millones de jóvenes con su participación. Agregó, también, que entre 300 mil y 400 mil deportados por año “regresan a un mundo que no conocen”.

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En la participación de Nancy Landa, quien nos compartió su experiencia, comentó que antes de la deportación vivía en un miedo constante. La primera publicación de su testimonio fue en un blog personal, en el que narra cómo fue detenida. Tras haber vivido 20 años en EE. UU. y de haber llevado una vida normal ahí, fue “víctima de un sistema migratorio inflexible, por el que fui tratada como una criminal”, comentó.

Con 20 dórales, un celular y sin documentos, empezó una travesía por sobrevivir en una ciudad que no conocía. Pronto encontró el apoyo de organizaciones como el Grupo Beta y de sus amistades mismas, quienes le facilitaron el proceso de reacomodación en la ciudad. Pero fue un proceso difícil y no previsto por instituciones gubernamentales, lo que quiere decir que “personas como yo, arrojados por la misma puerta, no tendrán la misma suerte”. Agregó que la situación hubiera sido muy distinta para ella y su familia si tan solo la Acción Diferida hubiera sido aprobada tres años antes.

Graduada con honores de la University of California en la licenciatura en administración de negocios, tuvo problemas para encontrar trabajo por la falta de documentación oficial que avalara su identidad. Cargaba el estigma de haber sido deportada, “cuando el único delito fue haber vivido de manera irregular en EE. UU.”.

Mencionó que el 60% de los dreamers deportados consiguen trabajo en las compañías telefónicas por su habilidad bilingüe, en parte, debido a que hay un serio problema para la revalidación de estudios. El trámite para que la SEP evaluara su caso y le permitiera un posgrado era caro y demasiado lento. Ante este escenario, mandó una solicitud para estudiar en el Reino Unido, y fue aceptada.

Tras esto decidió escribirle una carta al presidente Obama, la cual terminó siendo publicada por la prensa norteamericana. Dicha nota captó la atención de Eileen Truax, quien decidió incorporarla en su libro “Dreamers. La lucha de una generación por el sueño americano”. La autora de este libro lo considera esta historia como el estandarte de dicha obra, “porque lo que 1.7 millones temen en EE. UU. se había vuelto una realidad para Nancy”.

Para ambas es esencialmente importante compartir estas evidencias “poner rostros, nombre e historia en lugar de cifras de millones, para convertir este asunto en una preocupación internacional”, agregó la periodista.

Asimismo se debe luchar contra el estigma del deportado, porque “una persona no es ilegal, lo son sus acciones o ciertas circunstancias”. Finalmente se exige una reforma migratoria integral, una solución para los derechos y la integridad de los migrantes.
Eileen agregó que “la reforma migratoria no es justa, no es digna y el día que fue aprobada fue celebrada por el presidente Peña Nieto, lo que prueba que el país no está apoyando a sus ciudadanos es México”.

Publicado por Colef Press

El video completo de la presentación se puede ver haciendo click AQUÍ.